Malaventura by Fernando Navarro

Malaventura by Fernando Navarro

autor:Fernando Navarro [Navarro, Fernando]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


Retrato de un cazaor

Está de pie. Mirando al objetivo de la cámara. Al fulano que le ha hecho la foto.

Tiene una expresión serena, calmada. Como si estuviera en paz con el mundo. La frente llenetica de arrugas. El mostacho grande que se alarga sobrepasando el contorno de la boca hasta llegar casi al mentón. Antes los hombres llevaban esos bigotacos. La nariz grande, las cejas llenas de pelo despeinado. Los ojos un poco achinaos, entrecerrados por la solina. O quizá por el miedo que le daría ese aparatico negro, raro y desconocido que le estaba apuntando. Como si fuera un arma del futuro. Aquella fue una de las primeras fotografías que se hicieron en el pueblo.

Lleva un sombrero oscuro. Inclinado hacia un lado. Media cara en sombra. Dos moscas bien gordicas se han colado en la foto. Parecen manchas negras atrapadas entre el cielo blanco —que es en realidad un gran cielo amarillo— y el aparatejo demoniaco que es la cámara. Bajo el chaleco negro, una camisa clara, quizá fue blanca en algún momento; abotonada hasta el cuello. Por dentro del pantalón. Un trozo de metal sobresale de uno de los bolsillos. No sabemos si es la cadena de un reloj o solo un poco de chatarrica de la que solía recoger. Una buena pistola en el cinturón, junto a las balas. Otro cinto de cuero grueso, atravesándole el pecho y cargando una escopeta a la espalda de la que vemos el cañón apuntando al cielo.

Tiene los calzones muy sucios, llenos de manchas de barro, mierda de caballo o de vaca y sangre reseca. Como las manos, que tiene cruzás a la altura de la cintura, en una postura que quiere parecer seria, formal. En realidad lo que busca es disimular ante la cámara: quiere esconder a la criatura salvaje que lleva escondía muy dentro de su pecho.

Dos botas curtidas a la solana. Se han pateao el desierto las boticas esas parriba y pabajo. Ha caminado como caminaban antes los hombres de estos lugares. A veces sin rumbo preciso. Dejando atrás una casa. A la que se puede no volver y a la que se echará de menos. Buscando algo que no tiene nombre aunque salga con nombre en los libros. Olisqueando el aire como bestias. Siendo hombres que al serlo ya tienen la marca de un sufrimiento, una maldición: un dolor.

Segundos después del disparo, clic, las manos comenzarán a moverse nerviosas como siempre, a buscar un jabalí al que matar, una gineta a la que abrir con el cuchillo. Romero para los guisos y alcaparricas para guardar en salmuera.

Unos pocos meses después de este retrato nacerá su única hija.

Era el quinto de una familia en la que siempre hubo encaros, trabucos y pistolas. Los niños jugaban con ellas, los padres las usaban y los viejos las dominaban. Como en el pueblo la gente no era muy lista los llamaban los Pistolicas. A todos les seguía ese apodo tras el nombre. Siempre el Pistolicas. Era un buen apodo, a pesar de no ser muy elaborado.



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